Avaricia es el afán desordenado de adquirir y atesorar riquezas.
Y lo mismo da que se obtengan legalmente o no. Eso… ¿a quién le importa? Lo fundamental es obtener cada día más y más.
Y parece que provoca adicción. Cuanto más se atesora, más se quiere conseguir.
Y no importa que el vecino no tenga qué llevar a la boca a sus hijos. Mirando para otro lado, eso ya no se ve. La avaricia provoca que no exista ninguna ley moral ni ética.
Ya no nos llama la atención cuando oímos hablar de los sobresueldos de los altos cargos, indemnizaciones millonarias de gestores, gastos desorbitados en dietas, fiestas o lo que se tercie.
Y es que ocurre justamente lo contrario. Los que miramos para otro lado ya somos nosotros. Que no nos cuenten lo que ya nosotros sabemos. Ya no nos causa sorpresa. Pero…. ¿Así se arregla la situación?
Perdónenme que les diga que no. Tapando los ojos y los oídos, solo hacemos no ver ni oír, que no significa que no siga pasando.
«Hay suficiente en el mundo para cubrir las necesidades de todos los hombres, pero no para satisfacer su codicia». (Mahatma Gandhi, 1869 – 1948)